miércoles, 30 de diciembre de 2009

la sequedad el rescoldo

...

nqn

estoy empezando a despertar -lo digo por nqn- comienza el serpenteo... dst..dts.. es tremendo, pero anoche en la plaza de las lomitas, acá en el barrio con la mer y la ailin, me di cuenta de donde viene esa cosa oscura... es de acá! del viento! la sequedad!

martes, 29 de diciembre de 2009

quiero dormir a la intemperie

eso quiero

extraño a las arañas

Es cierto, sobre todo ahora que el calor, los asados, la transpiración, humedad, césped, orillas, luces, tierra mojada, lluvia y viento atraen a moscas, mosquitos, grillos, langostas, cucarachas, babosas, ¡carcoles!, rayos y centellas...

Pienso en imaginar, y cuando lo logró veo a través de un sucio catalejo a un puñado de arañas tejer, tejer y tejer y tejer a la luz del satélite natural o de la estrella de fuego, al calor de las brazas que antes fueron leñas que antes fueron recogidas porque antes, pintó el acampe.
No hablo más, me voy... me entusiasmé con la velocidad de algo que creí se había esfumado en mí (fa, sol, la, si).
Gracias por el espacio..
Esa es mi idea, no sé si fui clara o noemi. (Aunque parezca un delirio, la propuesta es real)

ATENTA-MENTE(S)
Fernorakktemporadaverano2010.
Ahí se ven!

domingo, 27 de diciembre de 2009

De una Primavera

Ciudades de metal, nubes eternas en el cielo y normas brutales estampadas en cada postal urbana, desaparecieron en una guerra que duró treinta y ocho años. De aquellas arquitecturas e instituciones modernas, sólo quedó el ardor de escombros sobre el asfalto empolvado y un silencio que jamás supo de existencias... las vidas eligieron partir, moldear la inmaterialidad de su libertad bajo los misteriosos pero genuinos antojos de la acción-amar.

Carmelia fue una de las miles de refugiadas que habían corrido tras la devastación del palacio de los Penssamoldorkus. Abandonó el suelo de la fantasmagórica ciudad, pasada la madrugada de algún día: ¿un lunes? ¿Sábado? ¿Jueves? Su curiosidad duró poco, el tiempo era sombra de cajón. Viajaba junto a otras mujeres dentro de la cúpula del camión que las transportaba hacía sitios inciertos; sólo bastaba alertar al conductor con dos palabras: “¡Acá bajo!”.

Sentada en una esquina, con el cuerpo enroscado, meditaba sobre el resabio de guerra. La mirada vagaba en el techo y las pupilas avispaban cada certeza del pensamiento: “…una historia amputada, manuales de moralidad caducos y cultura del prejuicio sepultada…”. Un sacudón del vehiculo la rescató del vicio racional; ya no quería estar allí, la asfixiaba el desaliento que emanaban las presencias ajenas. En ese momento, atravesaron el Bosque de los Espejos.

No se despidió; descendió en un sendero angosto que se perdía en la abominable frondosidad de un cerro; la oscuridad y quietud eran amas absolutas. Ella estaba sola, no percibía más vida que en la imponente vegetación, los sonidos de insectos y susurros de aves nocturnas. La paranoia ante la inmensidad indómita destrozaría sus nervios, así que se propuso buscar un terreno e improvisar un acampe.

Caminó entre árboles y arbustos, sobre la tierra húmeda y un suelo amortajado por incesantes raíces; tropezó varias veces y en una caída se raspó la parte inferior del antebrazo. Mascullaba el temor en melodías alegres que batían los sobresaltos constantes; en la risa descubrió una heroína y en la luna un amuleto.

De repente, escuchó un ruido similar al goteo de la canilla de su baño, en el noveno A de la Avenida Negra. Sin embargo, la imagen no tenía que ver con ello: se trataba de la vitalidad del agua. Había dado con un arrollo. Sus manos se sumergieron un rato, entregándose a los masajes de la corriente y el aseo de roña acumulada en sus uñas. Bebió con sed infinita y se tiró a descansar sobre un tronco con la mochila como almohada. La falta de alimento y el desvelo tropezaron con una porción de locura que se escabullía por sus labios resecos en frases deshiladas:

–¿Puedes escucharme? Le hablo a tu transparencia. Me siento encantada, perdida y abstraída por el timbre de tu corriente… no hay más fuerza que esa, desconozco otras… se que guardas secretos con las piedras que acaricias en tu caída. Pero ellas también callan. ¿De qué misterio me hablas? –Silenció. Sus parpados se abrieron con la misma suavidad en que aclaró el cielo.

La bruma naranja desarmaba la noche; por debajo del horizonte, rayos etéreos de un sol creciente evaporaban con aplomo el rocío de árboles y pastos. Ese fuego del este amenguaba la agudeza del canto de pájaros que volaban desde temprano, dormitaba detrás de las montañas y se escurría sin permiso entre huecos de alborada. Simulaba en su tibio crepitar, un furioso desafío que aguardaba por la señal.

De pie, Carmelia contempló el paisaje, se ahogó con el aroma de las flores y marchó cuesta abajo en busca del lago de los Siete Colores. Ya en la costa, se miró sus ropas: camiseta ennegrecida por el hollín, pantalones percudidos y borsegos agujereados. No tenía sentido seguir atrapada en ese envase:

–¿Qué hago vestida de esta manera? Esa cantidad de agua que llena un valle, está más mansa que mis intenciones. –

Se desnudó y nadó un rato; ya no debía dar explicaciones a nadie. Luego, corrió por la orilla con los brazos en alto, en dirección al sol. Lo hacía con un lenguaje distinto, armonioso... descifró el misterio del arroyo y evaporó todo tipo de especulación respecto a su estado mental.

De pronto, sus letras se confundieron con gritos que salían del bosque. El viento regaba el follaje, con voces que en tiempos de oscuras inquisiciones resistían envueltas en la magia, esa que ahora renacía en la brisa matutina.

Eran otras mujeres; Carmelia las reconoció, habían viajado en el camión y ahora se acercaban a ella con soltura, desplegando la agilidad de sus gestos y la fuerza de sus miradas. Del conjunto brotaba un deseo, que por mucho tiempo había atorado palabras puras, placeres furtivos y cuerpos mutilados por el mandato de la ciencia:

“Nos reconocemos en el abrazo, el beso, la caricia y el juego. Elegimos la tierra, la montaña y las vertientes, no por casualidad pero sí por causalidad… Ayer fue la guerra, el miedo, la opresión… Hoy exigimos al cielo que entregué los días más dichosos para el trabajo de nuestras manos y las noches más profundas para el respiro de nuestros pechos… Antes de ayer fuimos brujas, herejes, guerreras, esclavas, putas, negras, blancas, amarillas, invisibles… Hoy, astro que baña al universo… hoy… ¡somos mujeres libres! ¡Somos este puñado de intenciones! ¡Somos lesbianas!

Por las huellas de tu bosques y la seducción que fluye de lo profundo de tu espejo azul, turquesa… frente al lago de los siete colores, nos unimos y danzamos, reímos, sudamos, te invocamos para celebrar el encuentro, para soltar nuestros cuerpos en esta primavera única, pero artillera de nuestra manifestación viva…”.